Hoy hablaremos de una de las joyas que nos quedan de finales del siglo
XVI. Se trata del Convento de los Ángeles.
Estamos ante uno de los 11 conventos masculinos franciscanos que tuvo la provincia de Málaga, amén de 5 de la rama femenina y sin contar a la rama capuchinera.
El Convento está relacionado con los Torres, los cuales poseían el
título de Conde de Miraflores, que fueron una familia muy importante en la
promoción artística de signo eclesiástico privado del renacimiento en Málaga. Esta
familia ya estaba ligada con los franciscanos, de tal forma que en el Convento
de San Luís el Real ya tenían capilla de enterramiento. Luego pasaron
posteriormente a la Catedral y de aquí a extramuros de la ciudad en unos
terrenos propios cerca del actual barrio de Miraflores, donde construyeron el Convento de los
Ángeles. Los Torres tenían cierta vinculación con esta advocación, por lo que
no consideramos descabellados que la Virgen de los Ángeles que hoy cobija sus
bóvedas esté relacionada con esta familia (no lo afirmo al no tener alguna
investigación por escrito de la misma, pero teniendo en cuenta que esta Virgen
pasó por los templos anteriormente mencionados, no creo que quepa duda de
ello). Las obras comenzaron en 1575 y se bendijo el 2 de Agosto de 1585,
festividad de su advocación. Dentro del Convento, los Torres tendría una
habitación apartada para uso particular.
El lugar no fue al azar, sino que los Condes eligieron ese lugar
debido a que la tradición popular aseguraba que era allí donde fueron
enterrados los patrones de la ciudad, San Ciriaco y Santa Paula. Por esta
razón, el convento se convirtió en zona tremendamente concurrida por los
peregrinos. Por lo que los franciscanos ampliaron la hospedería. También fue
lugar de campo de desafía y escenarios de duelos y contiendas para la nobleza
del siglo XVII.
Tras la desamortización en el año 1837, pasando por múltiples usos
hasta llegar al actual, residencia de ancianos.
La Iglesia es de una sola nave con Capilla Mayor elevada de planta
cuadrada con casquetes semiesféricos sobre pechinas. El techo de la nave posee
una armadura de madera con tirantes.
Aun lado dejaremos la escultura que recientemente fue restaurada, así
como comentarios al retablo, ya que quedará un artículo demasiado largo.
En cuanto al conjunto pictórico debemos de distinguir dos fases. La
primera a las décadas centrales del siglo XVII correspondiente a la bóveda y
pechinas, y la segunda toda el entorno del retablo correspondiente a la segunda
mitad del siglo XVII y principios del XVIII.
A la hora de decantarse por la ornamentación, estos decidieron simular
yesería. En la bóveda encontramos un “anillo de celdas poligonales con
triglifos en los ejes principales que sirve de arranque a un arquitrabe
moldurado con entrantes y salientes que crean juegos de profundidad. Desde ahí,
la superficie semiesférica se ve invadida por una deslumbrante sucesión de
roleos, filacterias, cintas papeles y pergaminos con rebordes recortados con
delicados tallos y floraciones de acanto entre cuyos vástagos, volutas y
enroscadas foliaciones se sitúan graciosos ángeles niños, más bien puttis, que
juguetean con las hojas y cartílagos o bien tocan instrumentos musicales. La
ornamentación se somete […] a un carácter radial que nace de la cartela ovalada
central en la que figura la paloma del Espíritu Santo rodeada de cabeza de
querubines entre cabujones de joyería que simulan incrustaciones de piedras
preciosas.”
Las pechinas continúan simulando la decoración del estucado. Aparecen
unos niños que sujetan unos tondos que muestras los cuatro pontífices
franciscanos. En todos ellos aparece el nombre, el año de su elección, así como
la tiara y las llaves.
Tras esta decoración, se comenzó a los años con las que hay por encima
del retablo. Esta difiere estilísticamente de la cúpula puesto que en las
anteriores se aprecia cierto manierismo, mientras que en la segunda fase es
plenamente barroco.
En la segunda fase, el espacio entre el retablo y la cúpula se resolvió con un “friso idéntico al anillo
de la cúpula que hace las veces de basamento para una estructuras, a modo de
triple portada, cuyo cuerpo central adquiere mayores proporciones en atención a
su importancia jerárquica. Su morfología, inspirada en frontispicios librescos,
implica una variante convenientemente barroquizante del esquema seguido en el
retablo-tabernáculo inferior, al encastrar un espacio rectangular intermedio
entre columnillas corintias de fuste liso y retalladas
en el primer tercio de la caña con mascarones de seres quiméricos de inequívoca
evocación grutesca. Cierra la composición un movido arquitrabe quebrado y
moldurado, interrumpido por cartelas de hojarasca carnosa para los rótulos
identificativos de los asuntos representados. Entre ellas nacen medios
frontones alabeados, ribeteados con roleos, que convergen en airosos pedestales
adornados con penachos de acanto sobre los que aparecen las Virtudes Teologales
(estando la Fe coronando la composición y dejando la Esperanza y la Caridad
bajo ella) y sendos ángeles con los atributos de la Pasión en los salientes de
la portada principal. Turgentes floraciones de acanto salvan el desnivel y el espacio
libre entre las arquitecturas y el medio punto del testero, incluyéndose
también niños puttis.”
Los tres cuadros de caballete que están incluidos son los de San
Francisco, San Buenaventura y Santa Clara. Estos torpes cuadros de caballete y
los de las pechinas contractan con la calidad de las pinturas murales.
Decir que existen algunas catas hechas a la Iglesia y revelan que los
muros blancos ocultan más pinturas murales.
La información está sacada del Boletín de Arte Nº 19, del artículo: “Lo fingido verdadero: La decoración mural del
antiguo Convento de los Ángeles y el ilusionismo arquitectónico y figurativo”.
Las fotos proceden de La Opinión de Málaga, salvo la mía que está sellada y
hecha por móvil.
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