sábado, 30 de noviembre de 2013

La puerta invisible al Barroco

La calle Hinestrosa, en pleno centro histórico, es un testimonio vivo del urbanismo del siglo XVIII en Málaga, y también un muestrario de cómo se ha asumido en la ciudad su conservación


Liarse a buscar las huellas del Barroco en una ciudad que convierte la casa taller de Pedro de Mena (el único edificio del siglo XVII que queda en pie) en el Museo Revello de Toro no deja de tener algo de cínico. La Málaga anterior al siglo XIX es una ciudad invisible, por no decir extinta. Aunque aún laten enclaves en los que el Barroco más tardío, ya racionalista, el del siglo XVIII, persiste de manera discreta, a modo casi de una resistencia a la que nadie presta atención. Una calle tan invisible como la llamada Hinestrosa, entre Madre de Dios y Frailes (en cuya esquina se sitúa la Casa Hermandad de la Cofradía de Gitanos), encierra en su breve tramo una historia sorprendentemente detallada de la Málaga del siglo XVIII, la diezmada por la hambruna y el tabardillo, la todavía contada entre las más peligrosas de Europa por su índice de criminalidad, la que se resistía a la Ilustración pero era capaz de fundar la Escuela Náutica de San Telmo, la que sobrevivía a duras penas gracias a su condición portuaria, la que entonaba los primeros cantes, la que se preparaba para sufrir a vuelta del siglo los desmanes absolutistas, la que hizo del Perchel un arrabal inmenso al que convenía no entrar. La calle Hinestrosa es un libro abierto de este tiempo. Y lo es gracias a sus casas de la época. En algunas de ellas la señal resulta inconfundible: portales y ventanas aparecen hermosamente rematadas con pinturas murales, con sus motivos geométricos y silvestres, como puertas a otras casas imaginarias. Muy cerquita, la iglesia de San Felipe Neri demuestra que este recurso no se empleaba únicamente para realzar edificios de escaso renombre: de hecho, el 90% de las casas malagueñas del siglo XVIII presentaban decoraciones similares. Pero, al mismo tiempo, la calle Hinestrosa ofrece puntual información sobre el modo en que este legado histórico se ha conservado en Málaga, con sus luces y sombras, con lo que ya se ha logrado y lo (mucho) que queda por hacer. 


Ciertamente responde la vía a la categoría invisible: por aquí no pasa nadie. Si se entra desde Madre de Dios, la impresión es que el tiempo se ha quedado congelado. Lo que se percibe de la calle Frailes al fondo es un perfil de ruina. El suelo, reservado exclusivamente a los peatones, está sucio casi cualquier mañana que uno se asoma a la callejuela (los perros hacen su trabajo con la impunidad de sus amos). En la misma vía hay dos establecimientos hoteleros con encanto, la Casa de las Mercedes en el número 18 y el Riad Andaluz en el 24. En ambos buzones aparece un número de teléfono al que el interesado puede llamar en caso de que nadie responda al timbre. En el portal del número 25 aparece una placa con el lemaMálaga Estates. Contemporary Properties in Historic Málaga. En cuanto a los edificios, si es cierto (que lo es) que todas las casas que hubo en esta calle tenían pinturas murales, la progresión en cuanto a su conservación no puede ser más dispar: hay casas espléndidamente reformadas, otras cuya rehabilitación parece haberse quedado en punto muerto y otras sometidas al ejercicio implacable de la ruina. También hay edificios de nueva construcción: en algunos casos, la arquitectura respeta el peso de la Historia con discreción y afinidad; en otros, las fachadas asépticas, los cierres metálicos y los tonos grises parecen jugar en contra del conjunto. 


Un ejemplo de rehabilitación satisfactoria es la que luce el número 10. Se trata de un proyecto de los arquitectos Rafael de Lacour y Alberto Santoyo culminado en junio de 2008. El informe de la intervención recuerda que la edificación "posee la peculiaridad de formar parte del único conjunto de viviendas seriadas construidas en el siglo XVIII que se han conservado hasta nuestros días en Málaga". El espacio que comprende la actual calle Hinestrosa "formaba parte de una parte del desamortizado convento de la orden de la Merced que Tomás Berry vendió en 1781", por lo que "se inserta en una operación racionalista de la segunda mitad del siglo XVIII de valor tipológico, constructivo y urbano". En virtud de la reforma se emprendió una rehabilitación integral del inmueble, en la que según el informe se cuidaron tres aspectos fundamentales: la acomodación de un programa mayor de viviendas al sistema de crujías existente, la recuperación desde el punto de vista constructivo de los sistemas y elementos originales emple

ados y la propia restauración de las pinturas murales, con su cromatismo sintético de marrones y negros. 


Un caso bien distinto es del número 22. Aquí las viejas pinturas murales también han salido a la luz, pero resulta difícil verlas ya que la fachada se encuentra cubierta con unos andamios. La rehabilitación se quedó aquí a medias, como esperando un reemplazo. Y el caso no es desde luego único en el centro histórico de Málaga. Fuentes de la Gerencia de Urbanismo consultadas por este periódico recordaron que la Ordenanza de Conservación e Inspección Técnica de las Edificaciones (ITE) de la ciudad, aprobada en 2006, contemplaba la obligación de los propietarios de edificios protegidos o construidos antes de 1907 de realizar las inspecciones antes del 31 de diciembre de 2008. En el caso de que los edificios necesitaran reformas, éstas debían estar terminadas en el plazo de un año. Pero las mismas fuentes señalaron que "a menudo las obras de restauración exceden la mera conservación", con lo que los plazos inevitablemente se vulneran, "aunque en todo momento exigimos que al menos edificios como los de la calle Hinestrosa tengan la protección necesaria". Con las epidemias de cólera del siglo XIX y de peste en el XX todo se cubrió de cal. El olvido hizo el resto. Es el sino de las ciudades invisibles.

Información obtenida del periódico Málaga Hoy del 29/11/2013. Las fotos también proceden del mismo periódico.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Un convento por descubrir.

Hoy hablaremos de una de las joyas que nos quedan de finales del siglo XVI. Se trata del Convento de los Ángeles.



 
Estamos ante uno de los 11 conventos masculinos franciscanos que tuvo la provincia de Málaga, amén de 5 de la rama femenina y sin contar a la rama capuchinera.


El Convento está relacionado con los Torres, los cuales poseían el título de Conde de Miraflores, que fueron una familia muy importante en la promoción artística de signo eclesiástico privado del renacimiento en Málaga. Esta familia ya estaba ligada con los franciscanos, de tal forma que en el Convento de San Luís el Real ya tenían capilla de enterramiento. Luego pasaron posteriormente a la Catedral y de aquí a extramuros de la ciudad en unos terrenos propios cerca del actual barrio de Miraflores,  donde construyeron el Convento de los Ángeles. Los Torres tenían cierta vinculación con esta advocación, por lo que no consideramos descabellados que la Virgen de los Ángeles que hoy cobija sus bóvedas esté relacionada con esta familia (no lo afirmo al no tener alguna investigación por escrito de la misma, pero teniendo en cuenta que esta Virgen pasó por los templos anteriormente mencionados, no creo que quepa duda de ello). Las obras comenzaron en 1575 y se bendijo el 2 de Agosto de 1585, festividad de su advocación. Dentro del Convento, los Torres tendría una habitación apartada para uso particular.

El lugar no fue al azar, sino que los Condes eligieron ese lugar debido a que la tradición popular aseguraba que era allí donde fueron enterrados los patrones de la ciudad, San Ciriaco y Santa Paula. Por esta razón, el convento se convirtió en zona tremendamente concurrida por los peregrinos. Por lo que los franciscanos ampliaron la hospedería. También fue lugar de campo de desafía y escenarios de duelos y contiendas para la nobleza del siglo XVII.

Tras la desamortización en el año 1837, pasando por múltiples usos hasta llegar al actual, residencia de ancianos.

La Iglesia es de una sola nave con Capilla Mayor elevada de planta cuadrada con casquetes semiesféricos sobre pechinas. El techo de la nave posee una armadura de madera con tirantes.

Aun lado dejaremos la escultura que recientemente fue restaurada, así como comentarios al retablo, ya que quedará un artículo demasiado largo.

En cuanto al conjunto pictórico debemos de distinguir dos fases. La primera a las décadas centrales del siglo XVII correspondiente a la bóveda y pechinas, y la segunda toda el entorno del retablo correspondiente a la segunda mitad del siglo XVII y principios del XVIII.

A la hora de decantarse por la ornamentación, estos decidieron simular yesería. En la bóveda encontramos un “anillo de celdas poligonales con triglifos en los ejes principales que sirve de arranque a un arquitrabe moldurado con entrantes y salientes que crean juegos de profundidad. Desde ahí, la superficie semiesférica se ve invadida por una deslumbrante sucesión de roleos, filacterias, cintas papeles y pergaminos con rebordes recortados con delicados tallos y floraciones de acanto entre cuyos vástagos, volutas y enroscadas foliaciones se sitúan graciosos ángeles niños, más bien puttis, que juguetean con las hojas y cartílagos o bien tocan instrumentos musicales. La ornamentación se somete […] a un carácter radial que nace de la cartela ovalada central en la que figura la paloma del Espíritu Santo rodeada de cabeza de querubines entre cabujones de joyería que simulan incrustaciones de piedras preciosas.”

Las pechinas continúan simulando la decoración del estucado. Aparecen unos niños que sujetan unos tondos que muestras los cuatro pontífices franciscanos. En todos ellos aparece el nombre, el año de su elección, así como la tiara y las llaves.

Tras esta decoración, se comenzó a los años con las que hay por encima del retablo. Esta difiere estilísticamente de la cúpula puesto que en las anteriores se aprecia cierto manierismo, mientras que en la segunda fase es plenamente barroco.

En la segunda fase, el espacio entre el retablo y la cúpula  se resolvió con un “friso idéntico al anillo de la cúpula que hace las veces de basamento para una estructuras, a modo de triple portada, cuyo cuerpo central adquiere mayores proporciones en atención a su importancia jerárquica. Su morfología, inspirada en frontispicios librescos, implica una variante convenientemente barroquizante del esquema seguido en el retablo-tabernáculo inferior, al encastrar un espacio rectangular intermedio entre columnillas corintias de fuste liso y retalladas en el primer tercio de la caña con mascarones de seres quiméricos de inequívoca evocación grutesca. Cierra la composición un movido arquitrabe quebrado y moldurado, interrumpido por cartelas de hojarasca carnosa para los rótulos identificativos de los asuntos representados. Entre ellas nacen medios frontones alabeados, ribeteados con roleos, que convergen en airosos pedestales adornados con penachos de acanto sobre los que aparecen las Virtudes Teologales (estando la Fe coronando la composición y dejando la Esperanza y la Caridad bajo ella) y sendos ángeles con los atributos de la Pasión en los salientes de la portada principal. Turgentes floraciones de acanto salvan el desnivel y el espacio libre entre las arquitecturas y el medio punto del testero, incluyéndose también niños puttis.”

Los tres cuadros de caballete que están incluidos son los de San Francisco, San Buenaventura y Santa Clara. Estos torpes cuadros de caballete y los de las pechinas contractan con la calidad de las pinturas murales.

Decir que existen algunas catas hechas a la Iglesia y revelan que los muros blancos ocultan más pinturas murales.


La información está sacada del Boletín de Arte Nº 19, del artículo: “Lo fingido verdadero: La decoración mural del antiguo Convento de los Ángeles y el ilusionismo arquitectónico y figurativo”. Las fotos proceden de La Opinión de Málaga, salvo la mía que está sellada y hecha por móvil.